Todo el que disfrute habitualmente de algún loco bajito sabe de esa facultad innata que tienen para decicir la mayor de las maldades en décimas de segundo.
¡Cuánta importancia tiene a veces un instante!
Un cerebro desequilibrado, alimentado durante decadas de un odio ignorante, llevó a su dueño a realizar una masacre. En un instante la vida de un montón de chavales cambió su rumbo.
Una dulce chica con cara de niña se echó a la mala vida por un instante en donde le sucedió lo que nunca le debía haber sucedido. Ella lo atribuye a Dios por haber cruzado en su camino una maldita botella que estaba donde nunca debía haber estado y que ella estampó con todos sus fuerzas en la cabeza de un chico al que se cargó
Una vida , con sus instantes, llevó a Seni a ser lo que es.
Creo que siempre he decidido con cordura. Mi gran capacidad para tomar decisiones repentinas viene de mi entrenamiento infantil. Cuando era niña y en mi casa la abundancia no hacía mucho acto de presencia, montábamos una verdadera fiesta cuando nos hacíamos con una caja de galletas surtidas Cuétara. Había un ritual que seguíamos al pie de la letra, más que cualquier cura de antaño en una eucarestía en latín. Nos juntábamos toda la familia alrededor de la caja y después de abrir cuidadosamente la primera capa , solía haber dos, nos repartíamos las galletas escogiendo en un riguroso orden. En un fugaz instante tenías que decidirte o por la galleta de barquillo bañada de chocolate o por la galleta de doble capa rellena de limón, pues casi, con seguridad, la excluida no llegase a una segunda ronda. Mi madre se quedaba siempre con las más sosas que a nadie interesaban, ella decía que eran las que más le gustaban. Durante muchos años se repitió ese ritual y aún ahora cuando me ofrencen galletas surtidas siento ese deseo infantil de enfrentarme a un escuadrón de aguerridos luchadores antes de alcanzar la galleta deseada.
Después de ese duro entrenamiento he llegado a la edad adulta preparada. Pienso que casi todas mis decisiones adultas importantes, arriesgadas en un instante, han tenido que ver con los hombres que se han cruzado en mi vida. Un giro de cabeza cuando unos morros vienen a tropezarse con los tuyos, un alejar el aliento de un extraño de tu nuca (nada que ver con esos casos en donde el ansioso de turno, que te precede en una cola, no sabe respetar tu espacio vital), un mantener una distancia de seguridad cuando un cuerpo se empeña en fusionarse con el tuyo... Esas pequeñas decisiones han influido sustancialmente en mi vida. Se podría decir que sigo soltera por la gracia de galletas surtidas Cuétara.
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