miércoles, 31 de agosto de 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros...
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
Rosalia de Castro
domingo, 14 de agosto de 2011
El tren
De niña me encantaba viajar en tren.El viaje más largo nunca fue más allá de los doscientos kms. Cortas distancias recorridas en largos de periodos de tiempo, pero por aquel entonces aún no me consumía la impaciencia de llegar. Luego fui creciendo y mi profundo amor por los viajes en tren se fue apagando poco a poco. Cuando aún no había alcanzado el cuarto de siglo tuvo lugar uno de esos viajes que me sirvió de piedra de toque. Me dirigía de Madrid a Vigo y me tocó un vagón lleno de jovenzuelos porreros que consumían los porros a mayor velocidad que yo los chicles de fresa ácida y con la calefacción a todo gas, sin posibilidad de abrir la ventana y respirar aire puro. Aquel ambiente era asesino. Menos mal que a pesar de mi corta edad tuve algo de «sentidiño» y me pasé la mayor parte del viaje en un estrecho pasillo entre militares que supongo regresaban a sus casas para celebrar las fiesta navideñas. Tuve que escuchar rocambolescas historias sobre la mili pero eso no fue nada comparado con lo que me podría haber ocurrido en aquel vagón infernal. Ese viaje supuso un punto de inflexión. A partir de entonces empecé a usar otros medios de transporte alternativos, el autobús primero, y el avión después, cuando ya me pude permitir pagar los billetes. Sólo ocasionalmente hice algún viaje en tren por causas de fuerza mayor ( que si perdí el avión, que si huelga de autobuses...). Seguí creciendo y me hice aún más mayor, y tuve algo más de dinero, y me permití viajar a lugares más lejanos, en donde volví a reencontrarme con el tren.
Mi último gran viaje en tren fue en China. Cuatro mil kms sobre vías. Viajar en tren en China es toda una aventura. Desde comprar el billete, nada fácil, hay tanta variedad de billetes como habitantes tiene China ( a lo mejore exagero un poco) hasta conseguir encajar en tu cama si sientes claustrofobia o acostumbrarte a los costumbres locales (hacen filas en el lugar exacto donde se va abrir la puerta del tren para acceder a los trenes con asientos no numerados o lanzan a sus lindos bebés sin pañales sobre tu cabeza , cuántos rezos para evitar lluvias doradas, o conversan contigo todos sonrientes como si fueses políglota, no llegué a saber si no les resultaba extraño mi mudez). Fue un gran viaje que me volvió a aquella infancia en donde viajar en tren era la mayor de las aventuras. Espero pronto hacer otro gran viaje en tren: de Redondela a Vigo sobre la maravillosa ría. Os mantendré informados.
viernes, 12 de agosto de 2011
Amor rudo
Me dijo que se iba, que me abandonaba. Lo di por bueno, aceptándolo con tristeza, y no contesté. Oculté un intimo dolor, aunque ella debió de notarlo, pues desvié un momento mis ojos de los suyos, yo, que siempre la miraba de frente; pero como persistí en un completo mutismo, ella se sintió obligada a explicarme su huida. Así dijo que se había cansado de mis escasas palabras carentes de expresiones bellas, de mis silencios cuando sus oídos necesitaban declaraciones de amor, y también de mis gestos bruscos y un tanto rudos al hacerle el amor, que se había acabado por sentir dañada por la fuerza de mis arrebatos al amar; en fin, que no obtenía de mí la delicadeza de un sentimiento sensible y suave, que no era suficiente con el éxtasis violento, si no que anhelaba la ternura quieta aun a costa de disminuir el placer. Pues bien, así sea, pensé, pero seguí guardando silencio. Y ella, que deseaba oír de mí alguna queja, alguna palabra de daño, algún ruego, una frase de dolido amor despechado, seguía allí sin irse, explicándomelo todo una y otra vez. Que si la abrazaba con gestos bruscos, que si la acariciaba oprimiendo sus pechos y sus muslos con rudeza, que si mis besos en su cuerpo dejaban marcas rojas y duraderas, que si movía y giraba su cuerpo rodándolo por sobre el mío en un frenético baile de acoplamientos violentos. En fin, que pedía una delicadeza, una lentitud y suavidad de la que yo carecía, y que necesitaba de bellas palabras que le contasen mi amor a su belleza. Yo seguía callado. Por fin, tras decirme que no era suficiente con que mis ojos me traicionasen durante unos segundos para mostrar mi dolor y que necesitaba escapar de mi rudo amor y buscar otro de bellos gestos y hermosas palabras, se fue casi a la carrera. Se fue, en efecto, y la puerta, al cerrarse tras su marcha, sonó como un disparo directo a mi pecho, pero no me moví, no salí corriendo tras ella, aunque la adiviné esperando al otro lado de la puerta cerrada, pues no escuché, sino hasta algo después, sus pasos descendiendo por la escalera.
Ha pasado el tiempo. No mucho, sólo unas semanas. Yo la sigo queriendo, y sigo sin saber decírselo: la voz se me niega. Me duele su lejanía, pero no sé ir a buscarla con abrazos o flores y decirle palabras de esas que le gustan. Sólo sé quedarme quieto, esperando que se canse de sus afeminados cantores y poetas, que añore las cálidas noches de esfuerzos sudorosos y gratos donde la cama nos quedaba pequeña. Pero decírselo de esta manera sería empeorar las cosas, supongo.
José Manuel Fernández Argüelles
jueves, 11 de agosto de 2011
Sobre el arte de andar
Una anciana dama italiana, de ilustre familia toscana, preguntada a su regreso de los Estados Unidos por lo que en Nueva York más le había llamado la atención, respondió: «Que la gente no sabe andar. Quien ha visto pasear a la gente en Florencia y en Pisa, en Siena o en Parma, en los primeros años de este siglo, sabe cuan bella y armoniosamente puede caminar el ser humano». Sin duda, en los paseos provincianos de la vieja Europa, en las alamedas y en las pinetas, se dan las últimas lecciones de bien andar. El elogio de esta gracia es muy antiguo, y se podría fácilmente ser erudito ahora, haciendo un resumen de citas. Pero de lo que se trata es de preguntarse si al tiempo en que hay que abrir escuela para enseñar a las gentes esa facultad del alma que es el diálogo, también hay que hacerlo para esa facultad del cuerpo que es el andar. Ya se enseñó a andar, y por los jesuitas precisamente, en el siglo XVIII, en los colegios en los que había cátedra de danza. Paul Hazard y Baldensperger le han dedicado al programa de esta cátedra en los colegios de la Compañía deliciosas páginas; se enseñaba a andar como introducción a la danza, y salían los alumnos con un caminar grave y civil, y humanamente reverencioso. En Viena se enseñó el arte de andar en la Escuela de Pajes, y a subir reposado, erguido el cuerpo, las imperiales escaleras; se enseñaba a andar a la italiana, es decir, a la milanesa, con un braceo airoso, que Metternich conservó hasta el final de su vida; pero en Viena las reverencias se hacían a la española, con los tiempos que marcaba el ceremonial borgoñón de los Austrias, y que falta hacía ese corsé para sujetarnos a los españoles —vale decir a la gente de Toledo, Sevilla y Madrid—, que según Lope parecíamos «hijos del aire en el aire del andar».
Yo no tengo a mano el estupendo libro de Hans Roger Madol, Godoy, el primer dictador de nuestro tiempo, para copiar literalmente la escena que presenció en Roma el caballero Hauser, agente de Viena, hallándose desterrados en la Ciudad Eterna Carlos IV y María Luisa, y con ellos el príncipe de la Paz. Godoy, que fue el último español que supo andar y hacer reverencias a la borgoñona, a instancias de María Luisa, se vistió de gran gala por distraer a sus señores y para que Hauser lo viese en todo su esplendor, aunque melancólico exiliado. Exil umbral, dijo el latino. «El exiliado es como una sombra». Entraba Godoy vestido de capitán general, vicioso de bandas y placas, y la reina le mandaba caminar, porque luciera su insólita gentileza. ¡Mucho mejor caminaba que Metternich! Y decía la reina:
—¡Qué hermoso es!
—¡Sí, qué hermoso es!—, respondía Carlos IV.
Y en verdad debía ser tan hermoso como ver evolucionar en el picadero a un caballo español de la alta escuela. En Viena se sabía apreciar eso, y Hauser era un conocedor.
En Brünn, la capital de Moravia, está el castillo de Spielberg, donde encerraban a los patriotas italianos que combatían al Austria en Venecia y en Milán. Silvia Pellico tuvo prisiones allí. Pues de un policía austriaco es esta observación: «Aún vestidos de harapos, sucios, enflaquecidos por la miseria y el dolor, hacen del patio del castillo un salón cuando se les deja subir a tomar el sol». Tanta era la animada gracia de sus conversaciones, de sus paseos, de sus juegos. Eran los más lombardos, vénetos, tridentinos.
Y volviendo a Godoy y a los Borbones: éstos podían ser jueces excelentes en maneras de andar en corte, campo y paseo. Era de rigor que se les enseñase a los infantes el andar de Nápoles, corregido en Versalles nada menos que por un mariscal de Francia, el señor mariscal de Villeroy, ayo de Luis XV. Pierre Gaxotte, en su extraordinario libro Le siécle de Louis XV, reproduce un informe del embajador turco en París, Mehemet Efiendi, el año 1720. «El rey —escribe el turco a la Sublime Puerta— parecía encantado examinando nuestros trajes y nuestras armas. El mariscal me preguntó:
—¿Qué decís de la hermosura de mi rey?
—¡Que Dios sea alabado —le respondí yo— y lo libre del mal de ojo!
—No tiene más que once años y cuatro meses —añadió él—. ¿No os parece maravillosamente proporcionado? Notad cuan hermosos son sus cabellos.
Diciendo esto, hizo girar al rey, y yo consideré sus cabellos de jacinto, acariciándolos. Eran como hilos de oro, bien iguales, y le llegaban a la cintura.
—Su marcha —dijo el ayo real—, es muy bella.
Y pidió al rey:
—Señor, caminad, que se os vea bien.
El rey, con el andar majestuoso de la perdiz, avanzó hacia el centro del salón y regresó hacia nosotros».
La escena, como ha comentado el propio Gaxotte en otro lugar, tient du piquante. El turco se retiró pidiendo a Dios que conservase tan hermosa y gentil criatura. .. Yo no digo que para consuelo de la ilustre dama italiana que regresa decepcionada de Nueva York, se enseñe el andar borgoñón y el de Nápoles, ni la démarche del señor mariscal. Pero el caminar sosegado, mientras se conversa, por las alamedas y las plazas de las ciudades provincianas de Europa, eso sí. Es una asignatura importante de la escuela civil de buenas maneras, en un siglo entregado a la barbarie de la prisa, el codazo y el empujón.
Álvaro Cunqueiro
martes, 9 de agosto de 2011
Isla Pan de Azúcar
miércoles, 3 de agosto de 2011
la molécula P53
Cuando estás acostado en la playa tomando el sol
quizá sea agradable para ti, pero para tu genoma no es nada divertido.
Los rayos UV dañan extremadamente tu ADN
y, en algunos casos, activa un oncogén.
Los rayos UV dañan extremadamente tu ADN
y, en algunos casos, activa un oncogén.
Sin embargo, en todas tus células,
es cierto que hay una proteína que cuida de ti.
Este ángel de la guarda que nunca podrás ver
es una molécula llamada p53.
es cierto que hay una proteína que cuida de ti.
Este ángel de la guarda que nunca podrás ver
es una molécula llamada p53.
Una vez que el daño del ADN es inducido
activa una respuesta celular apropiada:
reparación del ADN o arresto del ciclo celular, apoptosis, senescencia
o lo que sea mejor.
activa una respuesta celular apropiada:
reparación del ADN o arresto del ciclo celular, apoptosis, senescencia
o lo que sea mejor.
Este factor de transcripción coordina la expresión
de un gran número de genes
de manera precisa
para mantener tu genoma libre de mutaciones.
Es la pasión concentrada de la p53.
de un gran número de genes
de manera precisa
para mantener tu genoma libre de mutaciones.
Es la pasión concentrada de la p53.
Un prerrequisito para desarrollar un cáncer
es superar la protección de este valiente héroe.
Aproximadamente en la mitad de los tumores malignos
hay mutaciones puntuales negativas que son dominantes
porque actúan a manera de un homotetrámero
y la función del alelo normal se ve afectada.
es superar la protección de este valiente héroe.
Aproximadamente en la mitad de los tumores malignos
hay mutaciones puntuales negativas que son dominantes
porque actúan a manera de un homotetrámero
y la función del alelo normal se ve afectada.
Por lo tanto, creo que estás de acuerdo,
mantén el ritmo, sigue funcionando, p53.
mantén el ritmo, sigue funcionando, p53.
Este factor de transcripción coordina la expresión
de un gran número de genes
de manera precisa
para mantener tu genoma libre de mutaciones.
Es la pasión concentrada de la p53.
de un gran número de genes
de manera precisa
para mantener tu genoma libre de mutaciones.
Es la pasión concentrada de la p53.
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