sábado, 17 de marzo de 2012

El médico concejal

Era yo sólo un muchacho cuando sucedió. Y ahora, cuando ya unas tenues guedejas blancas ornan apenas mi cabeza de anciano venerable, aún me estremezco de emoción al recordar aquel episodio que fue la revelación de un político y la manifestación de la grandeza de ánimo de un hombre.
Se celebraban en Tejeruela de la Empastación elecciones municipales con el entusiasmo cívico con que los tejeruelenses acogían siempre el trascendente evento, entusiasmo reforzado aquel año por el interés que despertaba la aparición del nuevo Partido Agrario Equitativo, formación política derivada del pepino, es decir, de la grave crisis por la que atravesaba la comercialización de la rica cucurbitácea, cultivo casi único en Tejeruela y tradicional sostén de su economía.
A pesar del prestigio de que disfrutaba el pepino tejeruelense desde tiempo inmemorial, incluso desde antes de que la famosa soprano Lola Puentedeume estuviera a las puertas de la muerte por un cólico grandioso, debido a su desmedida afición al riquísimo fruto ingerido por la artista en enormes cantidades proporcionales a su volumen, lo que le produjo una irreductible oclusión intestinal que estuvo a punto de privar al género lírico de una de sus más brillantes luminarias; a pesar, digo, de ese prestigio, el mercado hortícola español mostraba hacia el pepino del país un creciente desinterés.
Lo cual se achacaba, por supuesto, a la incompetencia de los políticos locales, más ocupados por el momento en promocionar el balneario que había de alzarse alrededor de un manantial de aguas sulfurosas con supuestas virtudes curativas, muy pregonadas por el alcalde, casualmente propietario de los terrenos donde se proyectaba —lo proyectaba mayormente el alcalde— construir el hotel y edificios anejos.
Se había dividido el pueblo por entonces en balnearistas y pepinistas, según la costumbre inmemorial de dividirse cuando el tema lo requería, dados los dos tradicionalmente opuestos puntos de vista con que los tejeruelenses demostraban su agudeza de juicio y su desenvoltura en la opinión. (Los sociólogos de la localidad definían el eterno conflicto como el de «las dos Tejeruelas»).
Los progresistas optaban por el balneario como signo de modernidad y desarrollo económico. Entre ellos se encontraba el cuñado del alcalde, maestro de obras que había de hacerse cargo de la construcción, algunos comerciantes del ramo del ajuar y el mobiliario y muchos jornaleros del campo, cansados de un trabajo aburrido y escasamente provechoso y dispuestos, en cambio, a irrumpir en el mucho más lucido gremio de la hostelería.


En las filas conservadoras militaban importantes propietarios agrícolas, preocupados por la suerte del pepino en general y de sus pepinos en particular; reaccionarios temerosos del auge de las disolutas costumbres que habrían de importar con toda seguridad los agüistas del balneario, pues ya se sabe que los balnearios facilitan el relajo y la promiscuidad; y aquellos a quienes el alcalde les resultaba antipático, puesto que el poder suscita enconos. Todos ellos capitaneados por don Tadeo Perinola, propietario de varias hectáreas de pepinar y del acreditado establecimiento «EL COHOMBRO DORADO. Almacén de Coloniales y Maquinaria Agrícola».
—¡Loemos y admiremos y, sobre todo, comercialicemos provechosamente nuestro pepino! —proclamó don Tadeo en el mitin fundacional—. Nuestro pepino vernáculo. ¡Qué digo vernáculo! ¡Ancestral diría yo! Ese pepino orgullo de este pueblo y fuente de bienestar para muchas generaciones de tejeruelenses, nuestros padres, nuestros abuelos, ¡vuestros abuelos también, jóvenes insensatos, locos por el balompié y el fox-trot, ajenos a los valores tradicionales de nuestra raza! ¡Hernán Cortés saboreó el pepino de nuestra tierra! ¡Y muchos otros, todos héroes a cual más!
A pesar de los hermosos discursos y emocionantes apelaciones a la tradición y al heroísmo, llegadas las elecciones y hecho el recuento de los votos, los pepinistas sólo alcanzaron los justos para media concejalía.
El partido designó para el semicargo a don Tadeo Perinola, que además de líder era el más bajito de los pepinistas, el cual aceptó disciplinadamente la decisión de sus correligionarios.
—Seré medio concejal si así lo quiere el pueblo —declaró el ilustre político—. ¡No hay cargo pequeño para una voluntad grande!
Para celebrar el éxito se organizó un baile al que asistió toda la juventud de Tejeruela, incluso los insensatos locos por el balompié y el fox-trot, que demostraron así su voluntad de confraternización democrática y que no se debe despreciar un buen baile cuando se presenta.
Una infausta noticia llegó de pronto a ensombrecer la alegría de la concurrencia; o de parte de la concurrencia; o de algunos de los concurrentes: la Junta Electoral se negaba a aprobar el nombramiento de don Tadeo Perinola como semiconcejal, arguyendo que si bien la estatura del candidato era verdaderamente insignificante, su peso excedía de lo discreto, es decir, estaba demasiado gordo para ser considerado como la mitad de cualquier cosa.
El asunto pasó a la consideración del Tribunal Constitucional.
Cuya sentencia no se hizo esperar. Ratificaba el alto tribunal lo acordado por la Junta, aunque accedía a aprobar el nombramiento de semiconcejal sólo en el caso de que en la fecha señalada para el inicio de la nueva legislatura don Tadeo hubiera perdido los veinte kilos que le sobraban...
Y fue entonces cuando don Tadeo demostró su grandeza de ánimo y su temple de político lleno de recursos.
—Mire usted, doctor —le dijo al médico, a quien había mandado llamar con urgencia—. Tengo en este pie una tremenda inflamación que se insinúa ya por el tobillo, como si un extraño topo se estuviera abriendo camino entre la grasa hasta no se sabe qué lejanos objetivos.
Impresionado por la elocuente descripción, el médico se apresuró a examinar el pie dañado.
—Bah, no es nada. Un simple panadizo.
—¡Cómo simple!
—Le recetaré los cocimientos y emplastos oportunos.
—Cocimientos y emplastos... —murmuró don Tadeo, visiblemente molesto.
—¡Siempre han dado resultado satisfactorio!
—Tal vez, tal vez. Pero ¿y la cirugía?
Se asombró el doctor.
—¿Cirugía? ¿Quiere decir una sajadura?
—Una sajadura no evita la gangrena.
—¿Entonces?
—¡Amputación!
—¡No exagere usted, amigo Perinola!
Sin embargo, después de una larga charla en la que el político desplegó sus muy acreditadas dotes de persuasión, reforzadas por la insinuada amenaza de poner en circulación cierto dossier sobre las intimidades del médico con la esposa del veterinario, el doctor accedió a amputar el miembro dañado por donde su legítimo propietario señaló: dos centímetros más abajo de la ingle.
La pierna dio en la báscula veintiún kilos con trescientos gramos.
La labor de don Tadeo en la media concejalía que le fue justamente adjudicada fue brillantísima, y sus preciosos discursos en defensa del pepino y en contra del balneario —a pesar de no disponer en la tribuna sino de la mitad de tiempo de un concejal corriente—, aún se recordaban con admiración muchos años después de que el cultivo del pepino hubiera sido totalmente abandonado y cuando ya el balneario estaba acreditado como muy beneficioso en toda la provincia y en algún otro lugar de por ahí.
El acervo cultural de Tejeruela de la Empastación, y por supuesto la biblioteca del balneario, se enriqueció con un precioso libro: «CÓMO GANAR UNAS ELECCIONES MUNICIPALES. Recuerdos y añoranzas» por don Tadeo Perinola. Un libro muy útil para políticos y aspirantes.
Se anunció por entonces la aparición de otra obra del mismo autor: «CÓMO PERDER PESO SIN DEJAR DE COMER.» Pero no llegó a publicarse. Lástima.

Antonio Mingote

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