Ayer, 27 de julio, a la puesta del sol
en la isla Yelagin y cuando el tiempo estaba por demás tranquilo y encantador,
pasmó a las damas y a los caballeros que daban un paseo en torno al estanque el
más divertido suceso. Un tritón –un “duende del agua” en ruso– apareció
súbitamente en la superficie del agua, el verde cabello y las verdes barbas
goteando humedad, y, manteniéndose a flote sobre las ondas, empezó a juguetear
y a hacer toda clase de travesuras. Se sumergía, gritaba, se reía, chapoteaba,
chocaba sus fuertes y largos dientes verdes, haciéndolos restallar y
rechinándoselos a los paseantes. Su aparición produjo la forma de excitación
usual en tales ocasiones. Las damas se lanzaron hacia él desde todas partes, ofreciéndole
golosinas, alargándole sus cajas de chocolates. Pero la mitológica criatura,
sin poder sustraerse a su carácter de sátiro del agua, empezó a hacer tales
ademanes a las damas que todas ellas corrieron con risas estridentes alejándose
de él, y escondiendo tras de sí a sus hijas mayores, con lo que el tritón,
advirtiendo esto, les gritó algunas expresiones extremadamente inceremoniosas,
lo que aumentó la diversión de las mujeres. Sin embargo, el tritón desapareció
pronto, dejando unos cuantos círculos en la superficie del agua y una duda en
la mente del público.
La gente comenzó a mostrar su
incertidumbre y se negaba a creer lo que había visto con sus propios ojos –los
hombres, por supuesto–, mientras que las damas insistían en que era un genuino
tritón, exactamente semejante a los de los relojes de bronce para mesa. Algunos
declararon que debía haber sido cierto Pierre Bobo el que surgió de las ondas,
en plan de calaverada. Resulta innecesario decir que esta teoría no era
estancamente impermeable, pues Pierre Bobo hubiera salido a la superficie con
su chaqué…, y sus impertinentes, aunque se le mojaran. Por otra parte, el
tritón era exactamente igual que las estatuas antiguas, es decir, no llevaba
vestigio de ropa. Pero pronto aparecieron los escépticos que sostenían que todo
el asunto no era más que una alegoría política, conectada de cerca con la
cuestión del Cercano Oriente que se acababa de resolver entonces en el Congreso
de Berlín.
Por algunos momentos incluso se pensó
que fuera un juego de manos inglés presentado por el Gran Judío –en pro de los
intereses británicos– con el solapado propósito de desviar la atención de
nuestro público, comenzando con las damas, con una serie de imágenes
estéticamente retozonas de su fervor bélico. Sin embargo, se alzaron
inmediatamente las objeciones basadas en el hecho de que habían visto a lord
Beaconsfield en Londres a aquellas horas y que era honrar excesivamente al oso
ruso esperar que su señoría se metiera en un estanque ruso, con propósitos
políticos, para la delectación estética de nuestras damas; que, de cualquier
modo, él tenía su propia dama en Londres, etc., etc. Pero la ceguera y la
pasión de nuestros diplomáticos son irrefrenables: empezaron a gritar que si no
era el propio lord Beaconsfield entonces por qué no habría de ser el señor
Poletika, el director del Stock Exchange News, tan ansioso de paz, y que era a
él a quien pudieron elegir los ingleses para que representara el tritón. Pero
también se abandonó pronto esta teoría, porque aunque el señor Poletika podía
muy bien ser capaz de hacer los mismos movimientos que el tritón, le hubiera
faltado la gracia antigua de aquél, gracia por la que todo se perdona y que es
la única que pudo atraer a las señoras de asueto. Justamente entonces llegó al
lugar un caballero con la noticia de que a aquella hora particular habían visto
al señor Poletika en cierto sitio, en otra parte de Petersburgo. De esta manera
volvió a surgir a la superficie la teoría del antiguo tritón, a pesar del hecho
de que el tritón mismo tenía largo tiempo de estar bajo el agua.
Lo que resulta tan notable respecto a
este incidente es que fueron las damas quienes estuvieron particularmente en
favor de la antigüedad y de la mitológica naturaleza del tritón. Por supuesto
que estaban tan ansiosas de que así fuera para disimular la franqueza de sus
gustos por su meollo clásico, por decirlo así. De la misma manera instalamos
estatuas completamente desnudas en nuestras piezas y jardines, precisamente
porque son figuras mitológicas y, en consecuencia, antigüedades clásicas, y a
nadie se le ocurre, por ejemplo, poner sirvientes desnudos en su lugar, lo que
bien pudo hacerse en los días de la servidumbre: incluso podía haberse hecho
hoy día, particularmente por cuanto que los sirvientes no hubieran hecho las
cosas peor y, en verdad, sí mucho mejor que cualesquiera estatuas; de cualquier
modo, se verían mas naturales. Nada más piénsese en la tesis de la manzana
natural y de la manzana pintada. Pero como no habría aspecto mitológico en
esto, no se puede hacer.
Hubo rumores de que la discusión,
llevada estrictamente desde el punto de vista del arte puro, llegó tan lejos
que fue causa de varias disputas familiares entre los maridos y sus superiores
mitades, quienes tomaron la defensa del arte puro en contra del movimiento
político y contemporáneo, que sus maridos creían que explicaba el
extraordinario acontecimiento. En este último sentido, la opinión de nuestro
famoso satírico, el señor Shchedrin, tuvo un especial y casi colosal éxito.
Habiendo estado en el estanque cuando se apareció el tritón, expresó su
incredulidad respecto a todo el asunto, y me han dicho que intenta incluir el
episodio en el siguiente número del Contemporáneo,
en la sección “Moderación y Exactitud”.
El punto de vista de nuestro humorista
es muy sutil: cree que el tritón es sencillamente un agente policiaco
disfrazado, o más bien desnudo, a quien se le ordenó, desde el comienzo de la
estación e inmediatamente después de los disturbios de la primavera en
Petersburgo, que se pasara todo el verano en el estanque de la Isla Yelagin,
tan popular entre las personas que pasean sus asuetos, de modo que escuchara
desde debajo del agua las conversaciones criminales, si hubiera éstas.
Afortunadamente, nuestro famoso novelista histórico señor Mordavtsev, quien
acertó estar en el sitio, relato un hecho histórico de nuestra Palmira
septentrional, hecho generalmente olvidado y desconocido, pero que deja
absolutamente en claro que la criatura que salió a la superficie del estanque
era un tritón genuino, y muy antiguo además. De acuerdo con información
obtenido por el señor Mordavtsev de antiguos manuscritos, ese mismo tritón lo
llevaron a Petersburgo en las épocas tan lejanas de Ana Mons, a la que estuvo
tan grandemente apegado Pedro el Grande que, de acuerdo con el señor
Mordavtsev, realizó su gran reforma para complacerla.
El antiguo monstruo llegó junto con
dos enanos, que estaban muy de moda en la época, y con el bufón Balakirev. A
todos los habían llevado de la ciudad alemana de Karlsruhe; al tritón en una
barrica de agua de Karlsruhe, de modo que, al transportarlo al estanque de
Yelagin, pudiera encontrarse en su elemento natural. Pero cuando vaciaron el
tonel de Karlsruhe en el estanque, el malicioso y sardónico tritón, sin parar
mientes en el hecho de que se había gastado mucho dinero en él, se sumergió y
no volvió a aparecer en la superficie, de manera que se le había olvidado
completamente, hasta el memorable día de julio de este año, cuando se le metió
en la cabeza recordarle su existencia al público. Los tritones pueden vivir con
la mayor comodidad en estanques durante cientos de años.
Nunca había tomado el público una
explicación erudita con tanto entusiasmo como lo hizo con ésta. Los últimos de
todos en llegar fueron los sabios naturalistas rusos, algunos incluso de otras
islas; entre ellos, Sechenov, Mendeleyev, Baketov, Butlerov y tutti quanti. Pero todo lo que
encontraron fue los círculos en el agua que ya se ha hablado y un escepticismo
firmemente creciente. Claro está que no sabían qué inferir de esto y se
quedaron allí, con aspecto de perplejidad y negando el fenómeno, por aquello de
las dudas. La mayor simpatía se la ganó un profesor muy docto, un zoólogo:
llegó el último de todos, pero estaba completamente desesperado. Inquirió
vehementemente con todos sobre el tritón y casi estalló en lágrimas ante la
idea de que no vería a la criatura y de que la zoología y el mundo habían
perdido tal tema.
Los policías que estaban cerca del
estanque le dijeron al zoólogo que lo lamentaban, pero que no sabían nada del
caso; los caballeros militares se rieron de él; los corredores de bolsa lo
vieron arrogantemente, y las damas, soltándose como tarabillas, rodearon al
profesor y sólo le contaron de los indecentes ademanes del tritón, de manera
que nuestro modesto sabio se vio obligado al final a taparse los oídos con los
dedos. El afligido profesor se puso a picotear el agua con su bastón, cerca del
sitio donde el tritón había desaparecido; arrojó piedrecillas al estanque
gritando: “¡Ven, ven; aquí hay un terrón de azúcar para ti!”; pero todo fue en
vano. El tritón no subió a la superficie. No obstante, todos los demás estaban
bastante satisfechos. Añádase a esto una encantadora noche de verano, el sol
poniente, los ajustados vestidos de las damas, la dulce esperanza de paz en
todos los corazones, y ustedes serán capaces de acabar de trazar el cuadro por
sí mismos.
La cosa notable era que el tritón
profirió algunas palabras muy obscenas en excelente ruso, a pesar del hecho de
ser alemán de origen y de que, además, hubiera nacido en la antigua Atenas, al
mismo tiempo que Minerva. ¿Quién le había enseñado ruso?..., ésta es la
cuestión. Si, en verdad, ¡ciertamente están comenzando a aprender ruso en
Europa! En todo caso, el tritón había reanimado a la sociedad –que se había
quedado dormida entre el estruendo de la guerra, la cual parece haber puesto a
dormir a todos– y la despertó para toda clase de preguntas interiores. ¡Gracias
por esto! En este sentido, uno debería implorar pidiendo no uno sino muchos
tritones, y no sólo en el Neva sino también en el río Moscova, y en Kiev, Odesa
y por dondequiera, incluso en cada aldea. En este sentido se deberían criar de
propósito: hay que dejar que despierten a la sociedad, hay que dejar que surjan
a la superficie…, pero ¡bastantes, bastantes! El futuro se abre ante nosotros.
Respiramos el nuevo aire con nuestros pulmones dilatados, ávidos de plantear
más cuestiones, de manera que quizá así todo se arreglaría satisfactoriamente,
incluyendo las finanzas rusas.
Dostoyevski
Dostoyevski