miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mucho por nada

      La otra tarde pasaba una negra vieja, pero muy vieja, cargada de años y achuras, con un sucio atado de las mismas, y mendrugos, y virutas sobre las motas que sus muchos años blanqueaban, por el mentidero público, cuando al resbalar en una cáscara de naran­ja, cayó la infeliz largo a largo, midiendo con su flaca humanidad el umbral, sobre el que los desocupados de toda hora, así cortan sayas como arañan honras de cuantas pasan.
El negrito que camina con las rodillas, permanente en la puerta de la Confitería del Aguila, se agachó a levantarla, pero como dos marinos de tierra, per­petuamente anclados en aquel apostadero, y un otro oficial de caballería a pie, trataran de hacer lo mis­mo, este amontonamiento enredóse de tal manera, que no pudo impedir se enpujaran unos con otros. cayendo sobre ellos otros tantos pasantes de la vereda a la hora que más pasan.
Atravesaron el jardín de enfrente, sin flores, que en veinte varas cuadradas exhibe más que cultiva Dordoni, y ya el grupo primitivo de cinco, diez. veinte personas, seguía aumentándose y creciendo y rebalsando el arroyo, sin saber los de atrás, última­mente llegados, qué había sucedido a los primerizos, ni lo que significaba tal enmarañamiento de negros y blancos, hombres y mujeres, civiles y militares, en­tre gritos y confusión.
Y como en los tiempos que corren se vive con el Jesús en la boca, pues sin aviso previo se mete el tiempo en agua o en revuelta, sonó el pito del vigi­lante en la esquina, repitió la señal de alarma el gallo de la otra cuadra, pitó el de más allá, y por las cuatro bocacalles viéronse correr hacia el mismo punto vigilantes y particulares, preguntando azorados a la vez: "¿Qué hay? ¿Qué hay?", sin que se atinara a responder. El grupo iba engrosando, alargándose y prolongando la cola, aumentada por la obstrucción de "tramways" entrecruzados (calle Cangallo y Flo­rida), sin poder seguir, cuando uno de los vende­mentiras gateando bajo las piernas de la multitud compacta, sofocado y jadeante salió precipitadamente contando a los más alejados:
-¡No es nada! La tía Marica que pasaba cargada de astillas para calentar el puchero de los negritos que tiene en su rancho del Paso Colón está furiosa, porque el resbalar se le ha roto el pito.
-Si en esta tierra no gana uno para sustos -decía un extranjero de encendida nariz color coñac, de los que siempre andan denigrando al país en que enri­quecen...
Y el grupo crecía, y [se] arremolinaba, viéndose venir a mata caballo, en dirección del Retiro, al oficial de policía que saltando en el mismo, al tirar su cigarro recién encendido, murmuraba:
-Maldito oficio éste, que ni tiempo deja para encender el pucho, cuando ya está la revolución de vuelta.
Llegaba por el opuesto extremo otro oficial de esos que siempre llegan cuando se acaba de acabar todo sucedido, gritando muy apurado:
-A ver, a ver: ¡paso a la autoridad!
Al oír "autoridad", por la de sí mismo el pueblo soberano más se encrespaba, atropellándose, y como en oleadas humanas, condensábase o se dilataba en pequeño grupo primitivo, no ya de veinte o cuarenta, sino de ochenta o doscientas personas, empinándose los de más atrás, sin conseguir averiguar mejor que los inmediatos el motivo de tal. confusión, atropello y gritería.
La hora, el lugar, la situación, los estudiantes del "Instituto Libre", demasiado libres en esa calle, que parece estudiaran en la misma por lo mucho que la frecuentan, y los no jóvenes del Club Político de la vuelta, los vendedores de sustos o mentiras, de flores y de cuanto se vende o no se vende en las cuatro esquinas, larga cola y muy larga, añadían al numeroso grupo petrificado sobre los umbrales de la Confitería del Aguila, y más compacta y apiñada sin poder penetrarla, ni conseguir saber lo que había o no había.
Gritos y exclamaciones por todas partes; la gangolina subía y crecía de diapasón, percibiéndose ape­nas los ecos: "¿Qué hay?", "¡No es nada!", "¡Ya lo agarraron!", sin [poder] nadie darse cuenta de la verdad, tan lejos se estaba del principio...
A la otra cuadra se comentaba:
-¡No es nada! ¡Si es una negra vieja que resbaló en una cáscara de naranja, con su atado de desperdi­cios llevados para sus negritos! Parece una merienda de negros.
-No insulte -contestó un negro muy currutaco y encopetado que pasaba-, pues los blancos lo hacen peor.
Pero como el cierra-puertas se propalaba por toda la calle al oír el estrépito con que cerrábanse las de la susodicha Confitería, y ruido como de cañones resonando hacia la calle adyacente producido por la "artillería de Bollini", en retirada, y el timbre de la comisaría inmediata seguía pidiendo auxilio, se divisó al confín de la calle y a paso de carga, un piquete de bomberos con el activo coronel Calaza a la cabeza, de quien se cuenta duerme sólo con un ojo y [con la] mano en la manguera.
Allá por la Plaza del Retiro hablábase de pedir fuerzas a Palermo. Los más asustados asomaban a las barrancas, observando si la escuadra había cambiado de fondeadero, o ido a echar anclas en Chivilcoy, como en otra ocasión leímos en la pizarra de la Bolsa de Liverpool.
En el Departamento Central de Policía se repetían los toques de alarma, reconcentrando allí todos los vigilantes de las comisarías.



2


Y entre explicaciones mal dadas y comentarios adulterados y exageraciones aumentadas, disputas de cívicos y radicales  que a pretexto de cualquier cosa se enciende el fuego cuando está el aire im­pregnado de materias inflamables, seguía y proseguía aumentando aquella larga cola, sin cabeza.
Los más flojos de los pasantes corrieron a guardar el sustazo en casita, mientras que los más guapos -cuando no ven peligro- gritaban:
-¡Revolución! ¡Revolución! ¡Ya se armó la gorda! ¡Que se aten los calzones, ladronazos politiqueros!
-¡Hasta cuándo hemos de vivir en perpetua revo­lución! -exclamaban-. ¡Si esto no es vivir!
Todos gritaban a un tiempo, hormigueaban y gangolineaban; y unos porque nada sabían, y otros por­que sabían demasiado, el tumulto continuaba, oyén­dose en los grupos más lejanos diversas exclama­ciones:
-¡Parece que es una bomba de dinamita que ha reventado! -dijo uno.
-¡Es un revolucionario que ha muerto a tres de un revés! -agregó otro.
-¡No es nada! Si es una negra vieja que llevaba para sus negritos.. .
En esto se oyó en el confín de la calle, al boletinero:
-¡Ultima hora! ¡Revolución en la calle Florida! ... Boletín con el suceso ocurrido en la Confitería del Aguila! ... ¡Revolución..
-A ver muchacho: ¿Qué llevas ahí? trai pa cá esos papeles; ¿por qué gritas "revolución"? -decía, v procedía el vigilante de más tonada, rompiendo los boletines, a tiempo que dos ingleses que venían de la bolsa, comentaban entre sí, el porqué había subido el oro quinientos por ciento.
Y el tumulto inexplicable crecía y seguía y la cola se aumentaba, mientras los bomberos asegura­ban mangueras en las boca-mangas del agua co­rriente.
Una hora no había pasado del malhadado resbalón de la negra vieja Marica, cuando distintos eran sus comentarios en apartados barrios de la ciudad.
Como al través de inmenso vidrio de aumento en anteojo de larga, pero de muy larga vista, que repro­dujera en gigantescas proporciones lo que lejano descubre, el primitivo grupo, tropezón de los cinco en la puerta de la Confitería del Aguila, creíase en el Retiro; bomba estallada en Palermo; motín del Cuartel en el Rosario; revolución en la Capital (vista desde Mendoza) y derrocamiento del gobierno, oído desde Londres, cuya Bolsa tiene largo oído para hacer subir hasta quinientos el cambio de oro, según las vibraciones eléctricas que hasta allí llegan.
En la Casa Rosada, el Intendente Don Manolito mandó trancar las puertas y ventanas, menos para impedir entrasen los imaginarios revolucionarios. que para evitar saliera el Presidente a la calle, ni sus ministros, dispuestos a morir al pie de una silla que no ambicionaron.
En la casa de enfrente (Congreso), el diputado general Mansilla m con su vehemente impetuosidad, al oír la queja que exponía un boletinero:
-¿En qué país estamos? -exclamó-. ¿En qué tiempos vivimos, señores diputados? ¿Por qué se coarta así la libertad de la prensa, y se impide la circulación de la palabra impresa? ¿No blasonamos ser apóstoles de la libertad? ¡Muramos por ella, y con ella! ... Hago moción previa para que interpele al ministerio, con qué derecho agentes de policía se permiten secuestrar boletines que circulan por las calles...
Del Rosario llegó un telegrama al diario más men­tiroso de esta capital:
"¿Digan qué hay? Aquí corre que una negra bomba ha caído en el umbral de la Confitería del Aguila."
Poco después, otro de Mendoza:
"¡Listos! He mandado encender la máquina, nos penemos ya en marcha. Parece que el movimiento revolucionario que ha asomado en la calle Florida. tiene ramificaciones en Santa Fe, Corrientes y San­tiago. Aquí todos los amigos están prontos para con­currir a la primera seña..".

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¡Mucho por nada, y todo porque al pasar una negra vieja con su atado de astillas y virutas para calentar el puchero de sus negritos en el bajo de Colón, res­baló en una cáscara de naranja!
Y chorros de agua, y cargas de caballería, y vigi­lantes a todo escape, para deshacer el grupo primi­tivo en que enredáronse sobre una negra caída, mu­chachos y marinos, caballeros y reporteros, pasantes y espectadores, formando enmarañamiento tal, que vigilantes, sargentos e inspectores, comisarios, ofi­ciales y bomberos no pudieron desenredar, aumentan­do la inacabable gangolinería de "¡No es nada!, ¡No es nada!". y recién después de ímprobo trabajo consiguióse apaciguar el tumulto.
En momentos de sobresaltos, de intranquilidad intermitente, cuántas ocasiones los vende-mentiras, alar­mistas y politiqueros, creen ver una tempestad dentro de una tetera…

Pastor Obligado


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