jueves, 29 de diciembre de 2011

El Tritón

Ayer, 27 de julio, a la puesta del sol en la isla Yelagin y cuando el tiempo estaba por demás tranquilo y encantador, pasmó a las damas y a los caballeros que daban un paseo en torno al estanque el más divertido suceso. Un tritón –un “duende del agua” en ruso– apareció súbitamente en la superficie del agua, el verde cabello y las verdes barbas goteando humedad, y, manteniéndose a flote sobre las ondas, empezó a juguetear y a hacer toda clase de travesuras. Se sumergía, gritaba, se reía, chapoteaba, chocaba sus fuertes y largos dientes verdes, haciéndolos restallar y rechinándoselos a los paseantes. Su aparición produjo la forma de excitación usual en tales ocasiones. Las damas se lanzaron hacia él desde todas partes, ofreciéndole golosinas, alargándole sus cajas de chocolates. Pero la mitológica criatura, sin poder sustraerse a su carácter de sátiro del agua, empezó a hacer tales ademanes a las damas que todas ellas corrieron con risas estridentes alejándose de él, y escondiendo tras de sí a sus hijas mayores, con lo que el tritón, advirtiendo esto, les gritó algunas expresiones extremadamente inceremoniosas, lo que aumentó la diversión de las mujeres. Sin embargo, el tritón desapareció pronto, dejando unos cuantos círculos en la superficie del agua y una duda en la mente del público.
          La gente comenzó a mostrar su incertidumbre y se negaba a creer lo que había visto con sus propios ojos –los hombres, por supuesto–, mientras que las damas insistían en que era un genuino tritón, exactamente semejante a los de los relojes de bronce para mesa. Algunos declararon que debía haber sido cierto Pierre Bobo el que surgió de las ondas, en plan de calaverada. Resulta innecesario decir que esta teoría no era estancamente impermeable, pues Pierre Bobo hubiera salido a la superficie con su chaqué…, y sus impertinentes, aunque se le mojaran. Por otra parte, el tritón era exactamente igual que las estatuas antiguas, es decir, no llevaba vestigio de ropa. Pero pronto aparecieron los escépticos que sostenían que todo el asunto no era más que una alegoría política, conectada de cerca con la cuestión del Cercano Oriente que se acababa de resolver entonces en el Congreso de Berlín.
          Por algunos momentos incluso se pensó que fuera un juego de manos inglés presentado por el Gran Judío –en pro de los intereses británicos– con el solapado propósito de desviar la atención de nuestro público, comenzando con las damas, con una serie de imágenes estéticamente retozonas de su fervor bélico. Sin embargo, se alzaron inmediatamente las objeciones basadas en el hecho de que habían visto a lord Beaconsfield en Londres a aquellas horas y que era honrar excesivamente al oso ruso esperar que su señoría se metiera en un estanque ruso, con propósitos políticos, para la delectación estética de nuestras damas; que, de cualquier modo, él tenía su propia dama en Londres, etc., etc. Pero la ceguera y la pasión de nuestros diplomáticos son irrefrenables: empezaron a gritar que si no era el propio lord Beaconsfield entonces por qué no habría de ser el señor Poletika, el director del Stock Exchange News, tan ansioso de paz, y que era a él a quien pudieron elegir los ingleses para que representara el tritón. Pero también se abandonó pronto esta teoría, porque aunque el señor Poletika podía muy bien ser capaz de hacer los mismos movimientos que el tritón, le hubiera faltado la gracia antigua de aquél, gracia por la que todo se perdona y que es la única que pudo atraer a las señoras de asueto. Justamente entonces llegó al lugar un caballero con la noticia de que a aquella hora particular habían visto al señor Poletika en cierto sitio, en otra parte de Petersburgo. De esta manera volvió a surgir a la superficie la teoría del antiguo tritón, a pesar del hecho de que el tritón mismo tenía largo tiempo de estar bajo el agua.
          Lo que resulta tan notable respecto a este incidente es que fueron las damas quienes estuvieron particularmente en favor de la antigüedad y de la mitológica naturaleza del tritón. Por supuesto que estaban tan ansiosas de que así fuera para disimular la franqueza de sus gustos por su meollo clásico, por decirlo así. De la misma manera instalamos estatuas completamente desnudas en nuestras piezas y jardines, precisamente porque son figuras mitológicas y, en consecuencia, antigüedades clásicas, y a nadie se le ocurre, por ejemplo, poner sirvientes desnudos en su lugar, lo que bien pudo hacerse en los días de la servidumbre: incluso podía haberse hecho hoy día, particularmente por cuanto que los sirvientes no hubieran hecho las cosas peor y, en verdad, sí mucho mejor que cualesquiera estatuas; de cualquier modo, se verían mas naturales. Nada más piénsese en la tesis de la manzana natural y de la manzana pintada. Pero como no habría aspecto mitológico en esto, no se puede hacer.
          Hubo rumores de que la discusión, llevada estrictamente desde el punto de vista del arte puro, llegó tan lejos que fue causa de varias disputas familiares entre los maridos y sus superiores mitades, quienes tomaron la defensa del arte puro en contra del movimiento político y contemporáneo, que sus maridos creían que explicaba el extraordinario acontecimiento. En este último sentido, la opinión de nuestro famoso satírico, el señor Shchedrin, tuvo un especial y casi colosal éxito. Habiendo estado en el estanque cuando se apareció el tritón, expresó su incredulidad respecto a todo el asunto, y me han dicho que intenta incluir el episodio en el siguiente número del Contemporáneo, en la sección “Moderación y Exactitud”.
          El punto de vista de nuestro humorista es muy sutil: cree que el tritón es sencillamente un agente policiaco disfrazado, o más bien desnudo, a quien se le ordenó, desde el comienzo de la estación e inmediatamente después de los disturbios de la primavera en Petersburgo, que se pasara todo el verano en el estanque de la Isla Yelagin, tan popular entre las personas que pasean sus asuetos, de modo que escuchara desde debajo del agua las conversaciones criminales, si hubiera éstas. Afortunadamente, nuestro famoso novelista histórico señor Mordavtsev, quien acertó estar en el sitio, relato un hecho histórico de nuestra Palmira septentrional, hecho generalmente olvidado y desconocido, pero que deja absolutamente en claro que la criatura que salió a la superficie del estanque era un tritón genuino, y muy antiguo además. De acuerdo con información obtenido por el señor Mordavtsev de antiguos manuscritos, ese mismo tritón lo llevaron a Petersburgo en las épocas tan lejanas de Ana Mons, a la que estuvo tan grandemente apegado Pedro el Grande que, de acuerdo con el señor Mordavtsev, realizó su gran reforma para complacerla.
          El antiguo monstruo llegó junto con dos enanos, que estaban muy de moda en la época, y con el bufón Balakirev. A todos los habían llevado de la ciudad alemana de Karlsruhe; al tritón en una barrica de agua de Karlsruhe, de modo que, al transportarlo al estanque de Yelagin, pudiera encontrarse en su elemento natural. Pero cuando vaciaron el tonel de Karlsruhe en el estanque, el malicioso y sardónico tritón, sin parar mientes en el hecho de que se había gastado mucho dinero en él, se sumergió y no volvió a aparecer en la superficie, de manera que se le había olvidado completamente, hasta el memorable día de julio de este año, cuando se le metió en la cabeza recordarle su existencia al público. Los tritones pueden vivir con la mayor comodidad en estanques durante cientos de años.
          Nunca había tomado el público una explicación erudita con tanto entusiasmo como lo hizo con ésta. Los últimos de todos en llegar fueron los sabios naturalistas rusos, algunos incluso de otras islas; entre ellos, Sechenov, Mendeleyev, Baketov, Butlerov y tutti quanti. Pero todo lo que encontraron fue los círculos en el agua que ya se ha hablado y un escepticismo firmemente creciente. Claro está que no sabían qué inferir de esto y se quedaron allí, con aspecto de perplejidad y negando el fenómeno, por aquello de las dudas. La mayor simpatía se la ganó un profesor muy docto, un zoólogo: llegó el último de todos, pero estaba completamente desesperado. Inquirió vehementemente con todos sobre el tritón y casi estalló en lágrimas ante la idea de que no vería a la criatura y de que la zoología y el mundo habían perdido tal tema.
          Los policías que estaban cerca del estanque le dijeron al zoólogo que lo lamentaban, pero que no sabían nada del caso; los caballeros militares se rieron de él; los corredores de bolsa lo vieron arrogantemente, y las damas, soltándose como tarabillas, rodearon al profesor y sólo le contaron de los indecentes ademanes del tritón, de manera que nuestro modesto sabio se vio obligado al final a taparse los oídos con los dedos. El afligido profesor se puso a picotear el agua con su bastón, cerca del sitio donde el tritón había desaparecido; arrojó piedrecillas al estanque gritando: “¡Ven, ven; aquí hay un terrón de azúcar para ti!”; pero todo fue en vano. El tritón no subió a la superficie. No obstante, todos los demás estaban bastante satisfechos. Añádase a esto una encantadora noche de verano, el sol poniente, los ajustados vestidos de las damas, la dulce esperanza de paz en todos los corazones, y ustedes serán capaces de acabar de trazar el cuadro por sí mismos.
          La cosa notable era que el tritón profirió algunas palabras muy obscenas en excelente ruso, a pesar del hecho de ser alemán de origen y de que, además, hubiera nacido en la antigua Atenas, al mismo tiempo que Minerva. ¿Quién le había enseñado ruso?..., ésta es la cuestión. Si, en verdad, ¡ciertamente están comenzando a aprender ruso en Europa! En todo caso, el tritón había reanimado a la sociedad –que se había quedado dormida entre el estruendo de la guerra, la cual parece haber puesto a dormir a todos– y la despertó para toda clase de preguntas interiores. ¡Gracias por esto! En este sentido, uno debería implorar pidiendo no uno sino muchos tritones, y no sólo en el Neva sino también en el río Moscova, y en Kiev, Odesa y por dondequiera, incluso en cada aldea. En este sentido se deberían criar de propósito: hay que dejar que despierten a la sociedad, hay que dejar que surjan a la superficie…, pero ¡bastantes, bastantes! El futuro se abre ante nosotros. Respiramos el nuevo aire con nuestros pulmones dilatados, ávidos de plantear más cuestiones, de manera que quizá así todo se arreglaría satisfactoriamente, incluyendo las finanzas rusas. 

Dostoyevski
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario