sábado, 4 de junio de 2011

El viejo Portomarín

Seguimos bajando desde Loyo a Portomarín. Aquí es el ancho Miño. El estiaje hizo escasas sus aguas, que van mansas, de un fino color verde. Unas mujeres se dirigen en lancha a unas piedras que están en el centro del río y que les sirven de lavadero. El arco de la antigua Ponte Miña preside la corriente. Otro, junto a la orilla, lo están desmontando con ayuda de una grúa. Construyen el elevado puente nuevo junto al actual. En lo alto, blanc, la nueva villa con aire de cuartel o de casas baratas de suburbio (...) Me acerco al arco que están desmontando y recojo una pequeña piedra. Se dice por algún estudio que es muy probable que Mestro Mateo, el del Pórtico haya sido el constructor de la puente sobre el Miño (...)
El nuevo pueblo, ¿cómo va a gustarle a uno? Es un pueblo de "casas baratas", sin gracia. Harán falta unos cientos de años de uso para que Portomarín sea una villa, y claro es que nunca será el Portomarín de antes, el de las plazuelas y callejas que dormirá bajo las aguas. Haría falta que cada nuevo habitante del nuevo Portomarín le añadiese algo a su casa, algo que eshiciese la monotonía, algo que se saliese de la serie.
Me llevan a visitar algunas casas. Las que veo tienen un pequeño patio, unas cuadras. En el establo ya hay anillas para las vacas. Pero, ¿para qué vacas? Porque los labriegos que puedan venir aquí dejando el viejo Portomarín no tienen tierras, no tienen pasteiros, no tienen prados.
-Hay ahí unhas terras- me dice un paisano que está esperando por el abogado de Fenosa, que viene de la Coruña- pro había que regalas. Our Fenosa ou o Instituto de Colonización. Pro naide quere saber nada:
-¿E vosté vaise ou quédase?
-¿E seino eu mismo? ¡Se houbera terras non me iba!.  Si esto es verdad y en este grado, el nuevo Portomarín es inviable, sin agricultura, sin prados.
-¿podráis seguir penscando troitas e anguilas no pantano coma no río? -preguntó
- ¿E quen sabe o que farán as anguilas? (...) Antes de seguir camino volvemos a darle una vuelta al viejo Portomarín, del que nos despedimos con pena. Los ojos quisieran no olvidar estas dulces orillas, las viñas en las laderas, el arco del puente peregrino, ese corredor del que cuelgan a secas unas ristras de amarillo maíz, el mismo río dejando ver las piedras rodadas de su fondo y la verde ouca, aquel blanco palomar junto a una cerca de laurel (...).
                                                                                                               Alvaro Cunqueiro

           

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