jueves, 1 de septiembre de 2011

Paso del Mendigo

Escena I


Sucedía en el jardín de la torre del Paso de Valverde, en días de verano, cuando la guerra de los Ducados tocaba a su fin. Comienza el paso estando en el jardín AMA MODESTA y el MENDIGO.

AMA MODESTA. — ¿De qué te quejas? ¿No hay caridad en el mundo?
MENDIGO. — ¡Tengo asco de algún pan!
AMA MODESTA. — El pan, cualquier pan, es santo.
MENDIGO. — Desde que se revolvieron los Ducados, las gentes ricas les tienen miedo a los pobres, y dan más pan, pero escupen en él antes de darlo.
AMA MODESTA. — En todo este reino no hay quien escupa en el pan. Además, un gargajo no le llegará nunca al pan. ¡Sería el fin del mundo que le llegase !
MENDIGO. — ¡Si me trajeses una jarra de vino!
AMA MODESTA. — ¿Escupo en él?
MENDIGO. — ¡Aún estás de buen ver! ¡Igual te cuesta ese salivazo una noche agarrada!
AMA MODESTA. — ¡Eres muy pícaro! ¡Ni que fueses ciego!
(AMA MODESTA va a buscar el vino para el MENDIGO.)

Escena II

Entra DOÑA INÉS. Viste de luto. Como siempre, una flor en la mano.

DOÑA INÉS. — ¿Por qué andas a pedir por puertas? ¿No eres un hombre fuerte y sano?
MENDIGO. — Pido para tener un motivo para andar. Si no tuviese que pedir por puertas, estaría lo más del día tumbado al sol, resoñando.
DOÑA INÉS. — ¿ Sueñas mucho?
MENDIGO. — Todos los días y a casi todas las horas. ¡No me cuesta nada! Y veo lo que sueño. Tanto, que algunas veces levanto la mano para tocar el sueño, que está muy cerca, de bulto.
DOÑA INÉS. — ¿Qué sueñas?
MENDIGO. — Que llego a Toledo, verbigracia, o a Damasco, y me saluda la Señoría, y me traen asados montados, y como en mesa de mantel. También sueño que ando vestido de paño merino.
DOÑA INÉS. — ¿Y con mujeres?
MENDIGO. — Sueño con dos.
DOÑA INÉS. — ¿Son dos de por aquí?
MENDIGO. — No, son dos que no hay. Son dos sobrinas. Vaya, les llamo sobrinas porque antes soñaba con una tía de ellas, que tampoco la hay. Sueño con la sobrina pequeña y con la mayor, que es morena. Ando con las dos a un tiempo, de galanteo, sin decidirme. Todo lo paso en charlas, hasta que me duermo.
DOÑA INÉS. — ¿Y qué más sueñas?
MENDIGO. — ¡No te rías! Sueño que me hacen rey.
DOÑA INÉS. — ¿Vestido de rey?
MENDIGO. — Sí, con sombrero con plumas, como Egisto, y me llevan en una silla cubierta por el condado, con una bota de vino colgada del techo.
DOÑA INÉS. — ¿Nunca has soñado conmigo? ¡Muchas veces me mirabas!
MENDIGO. — Un día en que estabas muy escotada, con una blusa verde, de codos en la ventana. Después, decías adiós a alguien con un pañuelo ¡No sé a quién despedías! Pero debía ser uno montado, y que iba con prisa, que poco después le ladraron los perros de las casas del vado.
DOÑA INÉS. — ¿No lo has visto salir?
MENDIGO. — No, solamente escuché los perros.
DOÑA INÉS. — ¡Lo viste salir!
MENDIGO. — ¡No vi a nadie! Te vi a ti, te contemplé desde debajo del tajo, y me eché a soñar, cubriéndome la cabeza con la chaqueta de pana. Era por mayo.
DOÑA INÉS. — ¡Era por mayo! Pasara toda la noche conmigo. ¡Mis besos lo tenían con la boca abierta! Apareció muerto en la selva, cuando fueron a cortar el roble bravo para las doblas de los yugos, en septiembre. Tenía una hoz clavada en el rostro, y el pecho desnudo comido del lobo.
MENDIGO. — ¿Lobo? Sería de una rata. En la selva hay ratas moriscas, el pelo ojo de perdiz, siempre hambrientas. Yo quería hacerme una bufanda con sus pieles, pero harían falta diez o doce.
Entra AMA MODESTA con la jarra de vino.

Escena III

Dichos. AMA MODESTA
DOÑA INÉS. — ¡Fue él, ama Modesta! ¡Fue éste!
AMA MODESTA. — ¿Quién, madama?
DOÑA INÉS. — ¡El que mató!
MENDIGO. — ¡Tontería! ¡No mato las pulgas por no perder de dormir!
DOÑA INÉS. — ¡Al de Atenas! ¡Al que mandaba su retrato pintado en un vaso! ¡Al que apareció muerto en la selva!
AMA MODESTA. — ¡Nunca oí nada de ése!
DoÑA lNÉS. — ¿No oíste que me lo habían matado? ¿Quién me mata todos los amores? ¿Dónde se hacen sombra? ¿Cómo voy a poderme casar, agasajar un esposo querido, parir hijos, si me matan los amores no bien nacen? ¡No, parir hijos no! Se parecerían al padre, le quitarían el amor mío al padre. ¡El mío ha de ser un amor célebre, hasta morir, como en el teatro! ¿Cómo acostarme con el padre de mis hijos?
MENDIGO — ¡Eso es una vaguedad! A mí me da igual cualquiera de las dos sobrinas. La verdad es que la morena me salió algo más robusta.
AMA MODESTA. — ¡Nadie te mata los amores, prenda! ¡Hoy has dormido poco, reina mía!
DOÑA INÉS. — ¡Me los matan! Todos tienen celos, y yo siempre sola, un alfiler perdido en un suelo de arena. ¿Podía tener tanto amor yo sola? Todos los que pasan, todos, se enamoran de mí, todos me buscan en la noche. «¡Huimos de la guerra! », dicen. No hay guerra, no la hay. Inventan eso para estar a mi lado, para llorar en mis manos. (Se acerca al MENDIGO y le ofrece las manos.) ¡Bésame las manos! ¡No tengas miedo! (Retirándolas.) ¡No, no me las beses! ¡Tú matas, mataste, tienes sangre en los ojos!
AMA MODESTA. — ¡Siempre lo tuve por un hombre honrado!
MENDIGO. — Dejé mi casa por una vuelta de ánimo. Soy de los de la parada de los Ducados. ¡Pregunta por los de Onofre! El toro lucero todavía es mío.
DOÑA lNÉS. — ¿Un toro lucero? ¡No, no, no! Tiene que ser un hombre. Si mataste fue porque me amabas. ¿Te gusto? ¿Quieres que me desnude? ¡Cuida de mí, que no puedo con tanto soñar! ¡Algún día tiene que ser verdad, tiene que llegar la gran hora, la loca hora preciosa! ¡Dame una limosna! ¡Dame pan!
MENDIGO (sorprendido, revuelve en la bolsa que lleva al costado).— Esta corteza es de los ricos de Trizás. ¡Igual es de las salivadas!
DOÑA lNÉS. — ¡No me importa! ¡Dame una limosna! Te juro que no se la pediré a nadie más, que estaré toda la vida comiendo este pan a tus pies. (Se arrodilla a los pies del MENDIGO, se abraza a sus piernas.) ¡La comeré día a día, con los ojos alegres! ¡No te me vayas! ¡Por algo mataste!
MENDIGO. — ¡Una señora tan ilustre y tan ida!
AMA MODESTA. — ¡Una almita muerta de sed!
DOÑA INÉS. — ¡Átame a tus soñares con piedras del río, no me lleve el viento!
MENDIGO. — ¡Yo no me ato por nada! ¡ Ni por mil escudos de oro!
DOÑA INÉS. — ¡Yo me ato para no morir!
AMA MODESTA. — ¡No durmió nada mi reina! ¡Nunca duerme nada!
DOÑA INÉS. — ¡Para no morir, bien mío!
MENDIGO. — ¡En las casas de los pobres, te dan o no te dan, pero no hay estas farras!

Álvaro Cunqueiro- Un hombre que se parecía a Orestes 

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