martes, 20 de septiembre de 2011

Aquellos maravillosos años



Hace nueve años de esta fotografía y diez del atentado de las Torres Gemelas. Lo que son las cosas. El atentado permanece en mi retina tan real como si hubiese estado en Nueva York aquel día observando aquellos cuerpos lanzándose al vacío o como si, recién acabada de comer, hubiese puesto las noticias de las tres. Sin embargo, esta escena la siento tan lejana que parece formar parte de una historia inventada que nunca sucedió.

Pasaba unos días, con mi hermana,  en casa de unos amigos brasileños. Era un caluroso día de domingo. Tocaba madrugar, no para ir a misa, sino para asistir a una jura de bandera a la que estaba invitada. La mañana pasó entre jovenzuelos militares y después de comer vino lo realmente bueno. Nos desplazamos hasta una cascada con la intención de tomar  unas cervecitas ya que no llevábamos ropa de baño. Había una sola niña en el grupo, tendría unos once años y había aguantado toda la mañana unos zapatos con unos tacones de vértigo. Sus pies estaban tan doloridos que lo primero que hizo al llegar fue descalzarse y chapotear en el agua. El calor era sofocante y mi hermana y yo la imitamos. Nos descalzamos y al agua. La moderación inicial, en dónde sólo  hubo alguna que otra  salquicadura, pasó en poco tiempo a ser  un desmadre total. El resto de los adultos ya estaban con sus cervecitas, correctamente sentados, sonriendo y mirándonos con cara de «qué locas».Yo había remangado el pantalón hasta encima de las rodillas , no sé como me las arreglo pero tengo esa torpeza innata que hace que  siempre sea la que que sale peor parada en todas las batallas, y  ya estaba completamente empapada por lo que decidí meterme bajo la cascada y la niña me acompañó. Al final acabamos bailando todas la Macarena ( que estaba muy de moda entonces en Brasil) arrastradas por el agua.  No llevábamos ropa para cambiarnos y creo que mojamos un poquitín el coche en el viaje de regreso. La niña recibió una broncaza pero nosotras nos libramos. ¡Ay se siente!  Luego, al atardecer nos fuimos a pescar y a cenar lo pescado. ¡Fue un día perfecto!

Cada vez que presiento que estoy algo triste, me da la sensación de haber crecido demasiado  y de que días así ya pocas veces se repetirán.




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