El primer coche en el que mi trasero se aposentó en mi estancia en la Habana fue un "taxi" que contraté a través de una intermediaria, la dueña de la casa donde me alojaba, quien se ofreció amablemente a llamarlo. Era mi primer día en Cuba y poco sabía sobre los "supervivientes" que por sustanciosas comisiones, amablemente, te proporcionaban todo aquello que pudieses necesitar. Desde un alojamiento, un taxi, un guía, un billete de autobús revendido seis veces, algo de sexo, un poco de ron o café (la comisión no la cobran directamente al cliente sino al que proporciona el servicio). Después de que la amable señora contactase con la taxista bajé a la calle esperando encontrarme un más o menos clásico taxi, cuando, con lo que se tropezaron mis ojos fue con el coche más destarlado que había visto en mi vida. Lo conducía una amable mujer. Era bióloga, trabajaba en la tv cubana y ganaba un sobresueldo llevando pasajeros con su coche. Fui incapaz de hacerle una foto a aquel objeto moribundo, seguro que ya habrá pasado a mejor vida. Luego vinieron otos taxis, otros taxistas y otras historias incluída alguna que otra avería. Hasta hace poco los cubanos no podían comprar piezas de recambio al exterior y tenían que apañárselas con lo que tenían a mano para reparar sus coches ( todos unos clásicos de los años cuarenta y cincuenta).
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