miércoles, 26 de octubre de 2011

Aquellas furiosas mujeres

              

Las mujeres celtas eran muy desinhibidas por el contacto que mantenían con los hombres desde su infancia. Tenían muy poco de pudorosas, a pesar de lo cual les gustaba adornarse y cuidar su físico. Se lavaban dos veces o más al día, lo que no hacían ni las damas romanas, trenzaban sus largos cabellos rubios o pelirrojos y llevaban muchos adornos. En ocasiones cosían pequeñas campanas en los bordes de sus vestidos con el fin de llamar la atención. Para las fiestas se cubrían con capas muy vistosas, en las que aparecían rayas o cuadros acompañados de bordados de oro y plata.
Cuando deseaban sentirse bonitas se pintaban las uñas de las manos y los pies, daban color a sus mejillas con una hierba llamada «ruan» y oscurecían sus ojos con el jugo de las bayas. Tan exquisito concepto de la coquetería desaparecía en ellas en el momento que participaban en la guerra o veían en peligro a su familia.
Esto es lo que escribió el comentarista romano Ammanianus Marcellinus sobre las mujeres celtas: Un ejército entero de extranjeros sería incapaz de detener a un puñado de galos si éstos pidiesen ayuda a sus mujeres. Las he visto surgir de sus cabañas convertidas en unas furias: hinchado el blanco cuello, rechinando los dientes y esgrimiendo una estaca sobre sus cabezas, prontas a golpear salvajemente, sin olvidarse de las patadas y los mordiscos, en unas acciones tan fulminantes que se diría que todo en ellas se ha convertido en una especie de catapulta. Unas lobas en celo no lucharían tan rabiosamente para proteger a su camada como ellas...
Esto obedecía al hecho de que las mujeres empezaban a tra­bajar desde que se sostenían sobre sus pies, amaban a los suyos con más pasión que a su propia persona y conocían el manejo de las armas desde la niñez. Debemos recordar que las tribus celtas eran viajeras, luego sabían que les aguardaban muchas luchas, sin olvidarse de la cantidad de animales salvajes que merodeaban por todas partes, en especial lobos, osos y ser­pientes. 

 Los Celtas-Manuel Yáñez Solana

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