El caldero mágico de la regeneración se hallaba cubierto de diamantes, y en el mismo siempre estaba hirviendo el aliento de siete vírgenes (el mejor símbolo de la fertilidad al provenir de las gargantas de unas jóvenes nunca mancilladas). También podía ser utilizado para cocinar la comida de los héroes, pero su fuego se apagaría en el momento que lo intentase utilizar un cobarde.
Junto al caldero podían encontrarse los Cwn Annwn («los sabuesos de Annwn»), de piel blanca y rojas orejas. En estos casos eran animales divinos; sin embargo, en varias leyendas son considerados criaturas diabólicas, con lo que sus cuerpos aparecen manchados de un color rojo grisáceo, y son guiados por una figura negruzca y cornuda que ofrece el aspecto de un demonio.
Para los irlandeses el más allá suponía toda una aventura, ya que era como una especie de cielo situado en las islas del océano Atlántico. Lo mismo podía hallarse debajo del agua o de la tierra. Cada una de las divinidades contaba con su lugar específico, al que se daba el nombre de sídb, sobre el que presidía. Para llegar a este lugar los muertos debían utilizar un barco, igual que se indica en la leyenda del Viaje de Bran, para navegar por las aguas más tranquilas.
Una vez en este paraíso no importaría medir el tiempo, como cuenta Miranda Jane Green, en su libro «Mitos celtas», ya que es un lugar feliz, sin límites de edad, toda una fuente de sabiduría, paz, belleza, armonía e inmortalidad. Conocida como Tiur na n'Og («la Tierra de la eterna juventud»), constituye un universo lleno de magia, encantamiento y música. Es un lugar al que se consideraba un reflejo idealizado del mundo real. Una característica de cada «sídb» o mansión eran los festines, cuyo eje central se hallaba en el inagotable caldero, siempre lleno de comida. Una imagen poderosa era la del cerdo del banquete, permanentemente renovado. Sacrificado todos los días por el dios que presidía el «sídb», renacía eternamente para volver a ser sacrificado a la mañana siguiente. El divino anfitrión del festín estaba representado, con frecuencia, como un hombre que llevaba siempre un cerdo sobre sus hombros.
El tiempo terrenal resultaba irrelevante en el Más Allá. Si algún ser humano vivo lo visitaba, se conservaría joven mientras se encontrara allí, pero al regresar a casa, recuperaría la edad terrenal que le correspondía. Se contaban historias terroríficas sobre el trágico destino de aquellos que regresaron del mundo sobrenatural; el hijo de Finn Oisin volvió a tener trescientos años cuando abandonó el mundo de los muertos, un suceso parecido es contado en el «Viaje de Bran», cuando éste y sus hombres llegan a una isla llamada la Tierra de las Mujeres, que supone una manifestación del Más Allá o del cielo, donde permanecen durante bastante tiempo; sin embargo, algunos comienzan a impacientarse al desear volver a sus casas. Antes de permitirles salir de allí, se les aconseja que no pisen la tierra, lo que olvida uno de ellos al contemplar las costas irlandeses. Pero nada más poner un pie sobre la arena de la playa se convierte en polvo, debido a que había permanecido en el cielo, donde era imposible medir el tiempo, el cual de largo había superado los dos siglos...
Allí jamás nada es mío y tuyo,
blancos son los dientes y oscuras las cejas,
un goce los atavíos de nuestras gentes,
cada mejilla ofrece el color del frutal.
Es púrpura la superficie de cada llanura,
soberbia la belleza de los huevos de mirlos;
aunque la Llanura de Fál sea suave de ver,
resulta desolada si has conocido Magh Már.
Por buena que creas la cerveza de Irlanda,
mejor te parecerá la cerveza de Tir Már.
Una tierra maravillosa es ésta de que hablo,
en ella la juventud no da paso a la vejez.
Dulces ríos cálidos fluyen por la tierra,
hidromiel o vino puedes siempre elegir,
bellas gentes sin defectos te acompañan,
concebirás sin pecado y sin lujuria.
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