Para mí uno de los mayores placeres de viajar es la comida. Por unos días dejo mí café con leche matinal, mi cerdo, mi pulpo y mi empanada en casa (ya parezco Pimpinela) y me lanzo a la aventura. Es una delicia compartir otros olores, sabores y costumbres a la hora de sentarse a la mesa. Vayámonos a Vietnam. Empecemos por desayunar con el rico café vietnamita y todo lo demás con que lo acompañan, desde una tortilla francesa a variadas sopas. Almorcemos alguno de sus ricos pescados o mariscos. Y para cenar, hagámonos con unos palillos y probemos unos rollitos vietnamitas ( que te haces tú mismo, mezclando los ingredientes a tu gusto) como hay mucho budista los vegetales están muy bien vistos. Puedes probar a comer en la calle, como ellos, aunque si tienes el culo grande, te resultará difícil encajarlo en sus minúsculas sillas. También podemos pasarnos por alguno de sus mercados a la busca de alguna exótica fruta o simplemente disfrutar contemplado aquello que pasará de refilón por nuestras vidas pero quedará ahí para siempre.
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