jueves, 3 de noviembre de 2011

El don de volar

El volar es un arte o, mejor dicho, un don.
El don consiste en aprender a tirarse al suelo y fallar.
Elija un día que haga bueno -sugiere- e inténtelo.
La primera parte es fácil.
Lo único que se necesita es simplemente la habilidad de tirarse hacia delante con todo el peso del cuerpo, y buena voluntad para que a uno no le importe que duela.
Es decir, dolerá si no se logra evitar el suelo.
La mayoría de la gente no consigue evitar el suelo, y si de verdad lo intenta como es debido, lo más probable es que no logra evitarlo de ninguna manera.
Está claro que la segunda parte, la de evitar el suelo, es la que presenta dificultades.
El primer problema es que hay que evitar el suelo por accidente. No es bueno tratar de evitarlo deliberadamente, porque no se conseguirá. Hay que distraer de golpe la atención con otra cosa cuando se está a medio camino, de manera que ya no se piense en caer, o en el suelo, o en cuánto le va a doler a uno si no logra evitarlo.
Es sumamente difícil distraer la atención de esas tres cosas durante la décima de segundo que uno tiene a su disposición. De ahí que fracasen la mayoría de las personas y que finalmente se sientan decepcionadas de este deporte estimulante y espectacular.
Sin embargo, si se es lo suficientemente afortunado para quedar distraído justo en el momento crucial por, digamos, unas piernas espléndidas (tentáculos, pseudopodia, según el fílum y/o las inclinaciones personales), por una bomba que estalle cerca o por la repentina visión de una especie sumamente rara de escarabajo que se arrastre junto a un hierbajo próximo, entonces, para pasmo propio, se evitará el suelo por completo y uno quedará flotando a pocos centímetros de él en una postura que podría parecer un tanto estúpida.
Es éste un momento de soberbia y delicada concentración.
Oscilar y flotar, flotar y oscilar.
Ignore toda consideración sobre su propio peso y déjese flotar más alto.
No escuche lo que alguien le diga en ese momento, porque es improbable que sea algo de provecho.
-¡Santo Dios, no es posible que estés volando! -es el tipo de comentario que suele hacerse.
Es de importancia vital no creerlo, o ese alguien tendrá razón de pronto.
Flote cada vez más alto.
Intente unos descensos en picado, suaves al principio, luego flote a la deriva sobre las copas de los árboles respirando con normalidad.

NO SALUDE A NADIE.
Cuando haya hecho esto unas cuantas veces, descubrirá que el momento de distracción se logra cada vez con mayor facilidad.
Entonces aprenderá todo tipo de cosas sobre cómo dominar el vuelo, la velocidad, la capacidad de maniobra, y el truco consiste normalmente en no pensar demasiado en lo que uno quiere hacer, sino limitarse a dejar que ocurra como si fuese a suceder de todos modos.
También aprenderá a aterrizar como es debido, algo en que casi con seguridad fracasará, y de mala manera, el primer intento.
Hay clubs privados que enseñan a volar y en los que se puede ingresar, donde le ayudarán a conseguir ese momento fundamental de distracción. Contratan a personas con cuerpos u opiniones sorprendentes, chocantes para saltar de autobuses en marcha y exhibirlos y/o explicarlos en los momentos críticos. Pocos autoestopistas auténticos podrán permitirse el ingreso en tales clubs, pero
algunos quizá puedan conseguir un empleo temporal en ellos. 

Douglas Adams
 

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