En el comunicado
oficial, finalmente difundido cuando la noche ya iba avanzada, el jefe del
gobierno ratificaba que no se había registrado ninguna defunción en todo el
país desde el inicio del nuevo año, pedía comedimiento y sentido de la responsabilidad
en los análisis e interpretaciones que del extraño suceso pudieran ser
elaborados, recordaba que no se debería excluir la posibilidad de que se
tratara de una casualidad fortuita, de una alteración cósmica meramente accidental
y sin continuidad, de una conjunción excepcional de coincidencias intrusas en
la ecuación espacio-tiempo, pero que, por si acaso, ya se habían iniciado
contactos exploratorios ante los organismos internacionales competentes para
habilitar al gobierno en una acción tanto más eficaz cuanto más concertada
pudiera ser. Enunciadas estas vaguedades pseudocientíficas, destinadas también
a tranquilizar, por lo incomprensibles, el desbarajuste que reinaba en el
país, el primer ministro
concluía afirmando que el gobierno se encontraba preparado para todas las
eventualidades humanamente imaginables, decidido a encarar con valentía y con
el indispensable apoyo de la ciudadanía los complejos problemas sociales, económicos,
políticos y morales que la extinción definitiva de la muerte inevitablemente
suscitaría, en el caso, más que previsible, de que llegara a confirmarse.
Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado,
si es ésa la voluntad de dios, a quien agradeceremos por siempre jamás, con
nuestras oraciones, que haya escogido al buen pueblo de este país como su
instrumento. Significa esto, pensó el jefe del gobierno al terminar la
lectura, que estamos con la soga al cuello. No se podía imaginar hasta qué punto
la soga iba a apretarle. Todavía no había pasado media hora cuando, en el coche
oficial que lo conducía a casa, recibió una llamada del cardenal, Buenas
noches, señor primer ministro, Buenas noches, eminencia, Le telefoneo para decirle
que me siento profundamente consternado, También yo, eminencia, la situación
es muy grave, la más grave de cuantas el país ha vivido hasta hoy, No se trata
de eso, De qué se trata entonces, eminencia, Es deplorable desde todos los
puntos de vista que, al redactar la declaración que acabo de escuchar, usted
no tuviera en cuenta aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la
piedra angular, la llave de la bóveda de nuestra santa religión, Eminencia,
perdone, recelo no comprender adonde quiere llegar, Sin muerte, óigame bien,
señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no
hay iglesia, Demonios, No he entendido lo que ha dicho, repítalo, por favor,
Estaba callado, eminencia, probablemente habrá sido alguna interferencia
causada por la electricidad atmosférica, por la estática, o un problema de
cobertura, el satélite a veces falla, decía usted que, Decía lo que cualquier
católico, y usted no es excepción, tiene obligación de saber, que sin
resurrección no hay iglesia, además, cómo se le metió en la cabeza que dios
podría querer su propio fin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega, tal
vez la peor de las blasfemias, Eminencia, no he dicho que dios quiera su propio
fin, No con esas exactas palabras, pero admitió la posibilidad de que la inmortalidad
del cuerpo resultara de la voluntad de dios, no es necesario estar doctorado
en lógica trascendental para darse cuenta de que quien dice una cosa dice la
otra, Eminencia, por favor, créame, fue una simple frase de efecto destinada a
impresionar, un remate del discurso, nada más, bien sabe que la política tiene
estas necesidades, También la iglesia las tiene, señor primer ministro, pero
nosotros meditamos mucho antes de abrir la boca, no hablamos por hablar,
calculamos los efectos a distancia, nuestra especialidad, si quiere que le dé
una imagen que se comprenda mejor, es la balística, Estoy desolado, eminencia,
En su lugar yo también lo estaría. Como si estuviera calculando el tiempo que
tardaría la granada en caer, el cardenal hizo una pausa, luego, en un tono más
suave, más cordial, dijo, Me gustaría saber si dio a conocer la declaración a
su majestad antes de leerla ante los medios de comunicación social,
Naturalmente, eminencia, tratándose de un asunto de tanto melindre, Y qué dice
el rey, si no es secreto de estado, Le pareció bien, Hizo algún comentario al
acabar, Estupendo, Estupendo, qué, Es lo que dijo su majestad, estupendo,
Quiere decirme que también blasfemó, No soy competente para formular juicios de
esa naturaleza, eminencia, vivir con mis propios errores ya me cuesta
demasiado trabajo, Tendré que hablar con el rey, recordarle que, en una
situación como ésta, tan confusa, tan delicada, sólo la observancia fiel y sin
desfallecimientos de las probadas doctrinas de nuestra santa madre iglesia
podrá salvar al país del pavoroso caos que se nos viene encima, Vuestra
eminencia decidirá, está en su papel, Le preguntaré a su majestad qué
prefiere, si ver a la reina madre siempre agonizante, postrada en un lecho del
que no volverá a levantarse, con el inmundo cuerpo reteniéndole indignamente
el alma, o verla, por morir, triunfadora de la muerte, en la gloria eterna y
resplandeciente de los cielos, Nadie dudaría la respuesta, Sí, pero al
contrario de lo que se cree, no son tanto las respuestas lo que me importa,
señor primer ministro, sino las preguntas, obviamente me refiero a las
nuestras, fíjese cómo suelen tener, al mismo tiempo, un objetivo a la vista y
una intención que va escondida detrás, si las hacemos no es sólo para que nos
respondan lo que en ese momento necesitamos que los interpelados escuchen de
su propia boca, es también para que se vaya preparando el camino de las
futuras respuestas, Más o menos como en la política, eminencia, Así es, pero
la ventaja de la iglesia es que, aunque a veces no lo parezca, al gestionar lo
que está arriba, gobierna lo que está abajo. Hubo una nueva pausa, que el
primer ministro interrumpió, Estoy casi llegando a casa, eminencia, pero, si me
lo permite, todavía me gustaría exponerle una breve cuestión, Dígame, Qué hará
la iglesia si nunca más muere nadie, Nunca más es demasiado tiempo, incluso
tratándose de la muerte, señor primer ministro, Creo que no me ha respondido,
eminencia, Le devuelvo la pregunta, qué hará el estado si no muere nadie nunca
más, El estado tratará de sobrevivir, aunque dudo mucho que lo consiga, pero la
iglesia, La iglesia, señor primer ministro, está de tal manera habituada a las
respuestas eternas que no puedo imaginarla dando otras, Aunque la realidad las
contradiga, Desde el principio no hemos hecho otra cosa que contradecir la
realidad, y aquí estamos, Qué dirá el papa, Si yo lo fuera, que dios me perdone
la estulta vanidad de pensarme como tal, mandaría poner en circulación una
nueva tesis, la de la muerte pospuesta, Sin más explicaciones, A la iglesia
nunca se le ha pedido que explicara esto o aquello, nuestra otra especialidad,
además de la balística, ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso,
Buenas noches, eminencia, hasta mañana, Si dios quiere, señor primer ministro,
siempre si dios quiere, Tal como están las cosas en este momento, no parece que
pueda evitarlo, No se olvide, señor primer ministro, que fuera de las
fronteras de nuestro país se sigue muriendo con toda normalidad, y eso es una
buena señal, Cuestión de punto de vista, eminencia, tal vez fuera nos estén
mirando como un oasis, un jardín, un nuevo paraíso, O un infierno, si fueran
inteligentes, Buenas noches, eminencia, le deseo un sueño tranquilo y
reparador, Buenas noches, señor primer ministro, si la muerte decide regresar
esta noche, espero que no tenga la ocurrencia de elegirlo a usted, Si la
justicia en este mundo no es una palabra vana, la reina madre debería irse
antes que yo, Le prometo no denunciarlo mañana ante el rey, Cuánto se lo
agradezco, eminencia, Buenas noches, Buenas noches.
José Saramago
José Saramago
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