La otra tarde pasaba una
negra vieja, pero muy vieja, cargada de años y achuras, con un sucio atado de
las mismas, y mendrugos, y virutas sobre las motas que sus muchos años blanqueaban,
por el mentidero público, cuando al resbalar en una cáscara de naranja, cayó
la infeliz largo a largo, midiendo con su flaca humanidad el umbral, sobre el
que los desocupados de toda hora, así cortan sayas como arañan honras de
cuantas pasan.
El negrito que camina con
las rodillas, permanente en la puerta de la Confitería del Aguila[1], se agachó a levantarla, pero como dos
marinos de tierra, perpetuamente anclados en aquel apostadero, y un otro
oficial de caballería a pie, trataran de hacer lo mismo, este amontonamiento
enredóse de tal manera, que no pudo impedir se enpujaran unos con otros.
cayendo sobre ellos otros tantos pasantes de la vereda a la hora que más pasan.
Atravesaron el jardín de
enfrente, sin flores, que en veinte varas cuadradas exhibe más que cultiva
Dordoni, y ya el grupo primitivo de cinco, diez. veinte personas, seguía
aumentándose y creciendo y rebalsando el arroyo, sin saber los de atrás, últimamente
llegados, qué había sucedido a los primerizos, ni lo que significaba tal enmarañamiento
de negros y blancos, hombres y mujeres, civiles y militares, entre gritos y
confusión.
Y como en los tiempos que
corren se vive con el Jesús en la boca, pues sin aviso previo se mete el tiempo
en agua o en revuelta, sonó el pito del vigilante en la esquina, repitió la
señal de alarma el gallo de la otra cuadra, pitó el de más allá, y
por las cuatro bocacalles viéronse correr hacia el mismo punto vigilantes y
particulares, preguntando azorados a la vez: "¿Qué hay? ¿Qué hay?",
sin que se atinara a responder. El grupo iba engrosando, alargándose y
prolongando la cola, aumentada por la obstrucción de "tramways"
entrecruzados (calle Cangallo y Florida), sin poder seguir, cuando uno de los
vendementiras gateando bajo las piernas de la multitud compacta, sofocado y
jadeante salió precipitadamente contando a los más alejados:
-¡No es nada! La tía Marica
que pasaba cargada de astillas para calentar el puchero de los negritos que
tiene en su rancho del Paso Colón está furiosa, porque el resbalar se le ha
roto el pito.
-Si en esta tierra no gana
uno para sustos -decía un extranjero de encendida nariz color coñac, de los que
siempre andan denigrando al país en que enriquecen...
Y el grupo crecía, y [se]
arremolinaba, viéndose venir a mata caballo, en dirección del Retiro, al
oficial de policía que saltando en el mismo, al tirar su cigarro recién
encendido, murmuraba:
-Maldito oficio éste, que ni
tiempo deja para encender el pucho, cuando ya está la revolución de vuelta.
Llegaba por el opuesto
extremo otro oficial de esos que siempre llegan cuando se acaba de acabar todo
sucedido, gritando muy apurado:
-A ver, a ver: ¡paso a la
autoridad!
Al oír
"autoridad", por la de sí mismo el pueblo soberano más se encrespaba,
atropellándose, y como en oleadas humanas, condensábase o se dilataba en
pequeño grupo primitivo, no ya de veinte o cuarenta, sino de ochenta o
doscientas personas, empinándose los de más atrás, sin conseguir averiguar
mejor que los inmediatos el motivo de tal. confusión, atropello y gritería.
La hora, el lugar, la
situación, los estudiantes del "Instituto Libre", demasiado libres en esa calle, que parece
estudiaran en la misma por lo mucho que la frecuentan, y los no jóvenes del
Club Político de la vuelta, los vendedores de sustos o
mentiras, de flores y de cuanto se vende o no se vende en las cuatro esquinas,
larga cola y muy larga, añadían al numeroso grupo petrificado sobre los
umbrales de la Confitería del Aguila, y más compacta y apiñada sin poder
penetrarla, ni conseguir saber lo que había o no había.
Gritos y exclamaciones por
todas partes; la gangolina subía y crecía de diapasón, percibiéndose
apenas los ecos: "¿Qué hay?", "¡No es nada!", "¡Ya lo
agarraron!", sin [poder] nadie darse cuenta de la verdad, tan lejos se
estaba del principio...
A la otra cuadra se
comentaba:
-¡No es nada! ¡Si es una
negra vieja que resbaló en una cáscara de naranja, con su atado de desperdicios
llevados para sus negritos! Parece una merienda de negros.
-No insulte -contestó un
negro muy currutaco y encopetado que pasaba-, pues los blancos
lo hacen peor.
Pero como el cierra-puertas
se propalaba por toda la calle al oír el estrépito con que cerrábanse las de la
susodicha Confitería, y ruido como de cañones resonando hacia la calle
adyacente producido por la "artillería de Bollini", en retirada, y el
timbre de la comisaría inmediata seguía pidiendo auxilio, se divisó al confín
de la calle y a paso de carga, un piquete de bomberos con el activo coronel
Calaza a la cabeza, de quien se cuenta duerme sólo con un ojo y [con la] mano
en la manguera.
Allá por la Plaza del Retiro
hablábase de pedir fuerzas a Palermo. Los más asustados asomaban a las
barrancas, observando si la escuadra había cambiado de fondeadero, o ido a
echar anclas en Chivilcoy, como en otra ocasión leímos en la pizarra de la
Bolsa de Liverpool.
En el Departamento Central
de Policía se repetían los toques de alarma, reconcentrando allí todos los
vigilantes de las comisarías.
2
Y entre explicaciones mal
dadas y comentarios adulterados y exageraciones aumentadas, disputas de cívicos y radicales que a pretexto de cualquier cosa se enciende
el fuego cuando está el aire impregnado de materias inflamables, seguía y
proseguía aumentando aquella larga cola, sin cabeza.
Los más flojos de los
pasantes corrieron a guardar el sustazo en casita, mientras que los más guapos
-cuando no ven peligro- gritaban:
-¡Revolución! ¡Revolución!
¡Ya se armó la gorda! ¡Que se aten los calzones, ladronazos politiqueros!
-¡Hasta cuándo hemos de
vivir en perpetua revolución! -exclamaban-. ¡Si esto no es vivir!
Todos gritaban a un tiempo,
hormigueaban y gangolineaban; y unos porque nada sabían, y otros porque sabían
demasiado, el tumulto continuaba, oyéndose en los grupos más lejanos diversas
exclamaciones:
-¡Parece que es una bomba de
dinamita que ha reventado! -dijo uno.
-¡Es un revolucionario que
ha muerto a tres de un revés! -agregó otro.
-¡No es nada! Si es una
negra vieja que llevaba para sus negritos.. .
En esto se oyó en el confín
de la calle, al boletinero:
-¡Ultima hora! ¡Revolución
en la calle Florida! ... Boletín con el suceso ocurrido en la Confitería del
Aguila! ... ¡Revolución.. .
-A ver muchacho: ¿Qué llevas
ahí? trai pa cá esos papeles; ¿por qué gritas "revolución"? -decía, v
procedía el vigilante de más tonada, rompiendo los boletines, a tiempo que dos
ingleses que venían de la bolsa, comentaban entre sí, el porqué había subido el
oro quinientos por ciento.
Y el tumulto inexplicable
crecía y seguía y la cola se aumentaba, mientras los bomberos aseguraban mangueras
en las boca-mangas del agua corriente.
Una hora no había pasado del
malhadado resbalón de la negra vieja Marica, cuando distintos eran sus
comentarios en apartados barrios de la ciudad.
Como al través de inmenso
vidrio de aumento en anteojo de larga, pero de muy larga vista, que reprodujera
en gigantescas proporciones lo que lejano descubre, el primitivo grupo,
tropezón de los cinco en la puerta de la Confitería del Aguila, creíase en el
Retiro; bomba estallada en Palermo; motín del Cuartel en el Rosario; revolución
en la Capital (vista desde Mendoza) y derrocamiento del gobierno, oído desde
Londres, cuya Bolsa tiene largo oído para hacer subir hasta quinientos el
cambio de oro, según las vibraciones eléctricas que hasta allí llegan.
En la Casa Rosada, el
Intendente Don Manolito mandó trancar
las puertas y ventanas, menos para impedir entrasen los imaginarios
revolucionarios. que para evitar saliera el Presidente a la calle, ni sus
ministros, dispuestos a morir al pie de una silla que no ambicionaron.
En la casa de enfrente
(Congreso), el diputado general Mansilla m con su vehemente impetuosidad, al
oír la queja que exponía un boletinero:
-¿En qué país estamos?
-exclamó-. ¿En qué tiempos vivimos, señores diputados? ¿Por qué se coarta así
la libertad de la prensa, y se impide la circulación de la palabra impresa? ¿No
blasonamos ser apóstoles de la libertad? ¡Muramos por ella, y con ella! ...
Hago moción previa para que interpele al ministerio, con qué derecho agentes de
policía se permiten secuestrar boletines que circulan por las calles...
Del Rosario llegó un
telegrama al diario más mentiroso de esta capital:
"¿Digan qué hay? Aquí
corre que una negra bomba ha caído en el umbral de la Confitería del
Aguila."
Poco después, otro de
Mendoza:
"¡Listos! He mandado
encender la máquina, nos penemos ya en marcha. Parece que el movimiento
revolucionario que ha asomado en la calle Florida. tiene ramificaciones en
Santa Fe, Corrientes y Santiago. Aquí todos los amigos están prontos para concurrir
a la primera seña..".
…………………………………………………………………………………………
¡Mucho por nada, y todo porque al pasar una negra vieja con su atado de astillas y
virutas para calentar el puchero de sus negritos en el bajo de Colón, resbaló
en una cáscara de naranja!
Y chorros de agua, y cargas
de caballería, y vigilantes a todo escape, para deshacer el grupo primitivo
en que enredáronse sobre una negra caída, muchachos y marinos, caballeros y
reporteros, pasantes y espectadores, formando enmarañamiento tal, que
vigilantes, sargentos e inspectores, comisarios, oficiales y bomberos no
pudieron desenredar, aumentando la inacabable gangolinería de "¡No es
nada!, ¡No es nada!". y recién después de ímprobo trabajo consiguióse
apaciguar el tumulto.
En momentos de sobresaltos,
de intranquilidad intermitente, cuántas ocasiones los vende-mentiras, alarmistas
v politiqueros, creen ver una termpestad dentro de una tetera…
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